

La Ruta del Vino Bonaerense continúa afianzándose como una de las propuestas enoturísticas más atractivas del país, con experiencias que combinan bodegas, gastronomía y paisajes diversos en el corazón de la provincia de Buenos Aires.
El circuito recorre más de 34 localidades, donde se cultivan uvas y se elaboran vinos de alta calidad. La oferta incluye catas guiadas, picnics entre viñedos, alojamiento boutique, vendimias participativas y actividades pensadas para todos los públicos.
Lejos de ser una moda pasajera, este fenómeno turístico rescata una tradición que había sido interrumpida durante décadas por una normativa restrictiva. Desde los años ’90, emprendedores y familias impulsaron una nueva etapa productiva, revitalizando la cultura del vino en el territorio bonaerense.
La provincia se divide en tres zonas vitivinícolas bien diferenciadas. En el sudoeste, con eje en Bahía Blanca, se cultivan malbec, pinot noir y chardonnay, destacándose bodegas como Saldungaray (Tornquist) y Aleste Bodega & Viñedos (Villarino).
La zona de Chapadmalal sorprende con su propuesta frente al mar en Trapiche Costa y Pampa, ideal para quienes desean combinar playa y enoturismo. Allí también se encuentra Playa Escondida, la única nudista del país.
En el centro, el clima serrano y los vientos atlánticos dan identidad a vinos de Tandil, Chapadmalal y Las Flores, con variedades como carmenere, syrah y sauvignon blanc. Se destacan Cordón Blanco, Antiguo Legado y La Blanqueada.
La región norte, próxima a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se caracteriza por su producción de tannat y marselan. Allí se encuentran proyectos como Bodega Gamboa, en Campana, y la Cooperativa de la Costa, en Berisso.
Además, pueblos como Altamira, Saldungaray y la comuna de Junín integran historia, turismo rural y elaboración artesanal. Lugares como Nueva Corinema o Media Hectárea ofrecen una experiencia íntima y comunitaria, donde el vino es el vínculo entre el trabajo familiar y el visitante.
Estas propuestas permiten vivir la vitivinicultura desde adentro, conocer el proceso de elaboración y participar de eventos especiales, en un entorno de cercanía y hospitalidad.
La Ruta del Vino Bonaerense no sólo propone degustar vinos. Cada experiencia es una oportunidad para sumergirse en la identidad de la región: sus sabores locales, su patrimonio natural y su calidez humana.
Desde cabalgatas entre viñedos hasta eventos privados, la oferta es tan variada como auténtica. La conexión con productores, el respeto por el entorno y la apuesta por el desarrollo sostenible convierten a este circuito en un atractivo cada vez más valorado.
Con cada copa, el territorio bonaerense reafirma su potencial como destino turístico y cultural, ofreciendo un viaje distinto, donde el protagonista es el vino y su gente.